por Julieta Pachano

Decidí darme de baja de la vida. El trámite me tomó dos meses y ocho días, cuatro visitas a la sucursal, trece reclamos, un correo formal y mucha paciencia. El dieciséis de abril llamé al 0800 y durante quince minutos sonó la musiquita.

–Buenas tardes, mi nombre es Mariel, ¿en qué la puedo ayudar?
–Buenas tardes, quiero darme de baja de mi vida.
–¿Puedo preguntarle el motivo?

Hacía rato que estaba esperando a que alguien me lo preguntara, vomitar la bronca de clienta insatisfecha por una vida que no era la que había pedido. Había practicado ese discurso mil veces pero ahora, mientras Mariel aguardaba al otro lado del teléfono, no podía expresar con palabras tanto dolor. Quiero dar de baja mi vida por el incumplimiento reiterado de lo acordado por las partes. Porque esto no es lo que esperaba. Porque hay otros que la pasan mejor. Porque nunca resolvieron las anomalías en el funcionamiento, tanto en lo técnico como en lo sensible. Porque nunca se respetó el deseo, ni en el plan original ni en los adicionales. Quiero la baja de mi vida porque el servicio es pésimo, porque no quiero ni puedo aguantar un segundo más.

Nada de eso dije. En cambio, me puse a llorar.

Del otro lado, Mariel, agotada de ser el call center de reclamos de la vida, había perdido toda empatía por el otro y subrayaba en su guion anillado algunas frases motivacionales: “lo que sucede, conviene”; “cuando nada es certero, todo es posible”, “el único límite es tu mente”, “cada dificultad es una oportunidad disfrazada”.

–Muy bien –dijo, harta de la situación–, hasta ahora usted ha estado utilizando el plan plus. Entendemos que ha tenido algunas dificultades para adaptarse y esto le ha ocasionado algunos inconvenientes. Recuerde que hay situaciones que nos exceden y que lo que sucede, casi siempre, conviene.
–Quiero darme de baja de mi vida –repetí.
–Podemos ofrecerle un plan premium con una bonificación del cincuenta por ciento durante un año. El plan incluye mayor estabilidad emocional, cuatro momentos felices por mes y un paquete de buenas prácticas sociales. A cambio deberá abonar tres sueños y resignar dos ambiciones materiales.

Podría haber aceptado en el momento, cuatro momentos felices era más de lo que esperaba en un año. Pero no quería negociar, quería darme de baja de la vida. No tenía sueños para resignar y las ambiciones hacía rato que escaseaban.
–Mariel, no entendés. Necesito darme de baja.
–Bueno, hay otra opción. No la solemos ofrecer pero ante su insistencia le puedo brindar una cancelación parcial.

Escuché atentamente la explicación que Mariel ofrecía en un español neutro y rápido adquirido tras años de oficio. Me la imaginaba sentada entre mamparas, con los auriculares tipo vincha y un micrófono que abollaba su cachete derecho. Seguramente movía su silla giratoria de un lado hacia el otro. En una pantalla los números indicaban los minutos de negociación con una clienta perdida. El plan de cancelación parcial permitía tres meses de suspensión, una pausa, un parate emocional y físico. Era como rendirse pero sólo por un rato. Mariel me aseguraba que este plan se ajustaba a mis necesidades y que si luego seguía insatisfecha con el servicio podía volver a solicitar la baja voluntaria de mi vida. Me pensé suspendida en una burbuja espacial o en una cápsula rellena de agua micelar y formol, enchufada a un casco de realidad virtual, levitando en un monasterio abandonado. Fue mucho más simple que eso.
–Gracias, Mariel.
–Pleniplus le agradece por seguir eligiendo la vida. Que tenga un buen día.