Uno: imagen.

River Plate es el club líder en fútbol de alta competencia del país y el más representativo en el exterior; además de haberse hecho conocido en el mundo por el estilo de su fútbol, basado en la habilidad, el buen trato de la pelota y la búsqueda permanente del arco contrario.

La definición es oficial: así se describe a River desde su propio sitio web. Es la foto, la imagen que representa al club para cualquiera que entre a ver de qué se trata. Una foto, por cierto, gastada.

La instantánea actual tiene poco de aquella que hoy se observa en sepia, una añoranza de otros tiempos. Este River no es líder en la alta competencia ni el club argentino más representativo en el exterior; su estilo de fútbol no se reconoce por cualidades sobresalientes: es apenas un ladrillo más en la pared gris de la mediocridad local. Es uno más y se define –se autoreferencia- como uno más. Club que sufre por su presente deportivo y que dista mucho de lo que fue: el formador de cracks, abanderado del juego bonito, “millonario” por figuras y hasta por marketing, hoy se conforma con alcanzar una media de puntos, ganar –con dudoso mérito– “el campeonato económico” y superar a su clásico rival en convocatoria y rating televisivo.

Dos: palabras.

“La mochila esta temporada es un poco más liviana” (Jonatan Maidana, 7 de agosto). “El punto no es malo” (Matías Almeyda, 2 de septiembre, después de empatar contra Colón). “Preparamos cada partido según el rival” (Germán Pezzella, 3 de octubre, tras superar a Godoy Cruz). “Hay que ganarle a Quilmes. Es un partido de seis puntos” (Leandro González Pírez, 16 de octubre). “No hay que perder más puntos, el año que viene va a ser más complicado con las presiones y jugando con las dos tablas” (Martín Aguirre, 31 de octubre). “De contraataque somos muy veloces, lo podemos hacer muy bien” (Jonathan Bottinelli, 3 de noviembre). “Ahora el objetivo es sumar” (Pezzella, 4 de noviembre, luego del empate contra All Boys). “Vamos a jugar contra un rival directo en lo que va a venir” (Almeyda, 19 de noviembre, con respecto a Independiente). “Nos estamos readaptando al campeonato de Primera División” (David Trezeguet, 21 de noviembre).

Todas las frases dan tela, pero la del delantero francés se corta sola. ¿Realmente River, toda una historia en Primera y apenas un año en la B Nacional –con un plantel digno de un equipo de la A–, necesita “readaptarse” a la categoría? ¿Qué deberían sentir los representantes de Quilmes, Atlético de Rafaela, Godoy Cruz, All Boys, San Martín de San Juan, Unión o Belgrano, por citar modestos ejemplos?

La categoría no cambió: mantiene su regularidad de los últimos años. Cualquiera gana, cualquiera pierde. Un equipo que gana dos partidos al hilo es príncipe; el que logra dar diez pases seguidos es rey.

El que cambió los últimos años fue River. Habría que remontarse casi una década atrás para encontrar algo similar en cuanto a los dichos –similar: ni siquiera parecido– y entender cómo se modificó la cultura gallina y su entorno. “Este va a ser un periodo de transición”, dijo entonces, agosto de 2003, Manuel Pellegrini, y le saltaron a la yugular hinchas, directivos y prensa “especializada”. El mundo River no soportó semejante osadía: ¿hablar de transición en un club como éste? El chileno había comandado al equipo hacia el título un par de meses antes. Llegaron, en ese receso, “los Galácticos”. La final perdida de la Copa Sudamericana -sí: River, antes, competía internacionalmente- marcó el final del ciclo del Ingeniero, aunque sus declaraciones y el nivel de juego habían advertido el adiós mucho antes.

La oralidad de hoy, timorata, es aceptada. Los jugadores y el técnico aceptan que miden a sus rivales según la vara del promedio (a menor porcentual de puntos / partidos el adversario es más importante) y reconocen que sumar unidades (así, como suena: sumar) es un objetivo. Se piensa en el promedio. Pocos fueron los que se animaron en el regreso del equipo a Primera a plantear la pelea por el título como una razón de existir, entendiendo por lógica pura que pelear el campeonato equivale –sin siquiera necesitar mencionarlo– a alejarse del descenso. Leonardo Ponzio fue acaso el que entendió desde un primer momento dónde jugaba. “Quitarse responsabilidades no es de equipo grande”, dijo antes del superclásico. Un mes antes, cuando la punta estaba no tan lejos, advertía que “por la historia de este club” de seguir con los triunfos River iba “a tener que apuntar al campeonato”.


Tres: cifras.

River

La política de River es compleja. Desde siempre. Es difícil que la conducción pase un ciclo en paz. Bastante tiene que ver con las malas administraciones. Otro tanto con las ansias de poder que genera una institución tan grande: todos quieren estar ahí, meter la cuchara, probar un poco del dulce. Daniel Passarella logró dar el salto a la conducción del club que atravesaba una crisis económica dura. Hace casi un año y medio dijo él, el presidente, que el campeonato económico estaba ganado. Que River había dejado de ser el club al que no le cerraban las cuentas. Semanas atrás, por caso, en las oficinas de Núñez se festejó el bicampeonato: con votos positivos solamente oficialistas, se aprobó el balance 11/12 con un superávit de 17 millones. Raro modo de lograr que la cifra no esté en rojo: se computó una venta -no realizada- de Rogelio Gabriel Funes Mori por más de 34 millones de pesos. La oposición rápidamente salió a cuestionar el “armado” del documento y a denunciar un déficit operativo mensual de más de 7 millones.

Para Passarella y sus fieles las cifras económicas son prioridad. Pero esas no son las únicas cifras que se adoran. El River 2012 alaba el acompañamiento multitudinario. En tiempos de crisis futbolística e institucional, River consiguió mover a la gente como si se tratara del gran equipo campeón que fue. Llenó canchas en su paso por el ascenso, multiplicó la masa societaria y mantiene en Primera una expectativa difícil de explicar desde la razón. “River está transformándose en un fenómeno social que nos enorgullece como socios e hinchas”, explicó -el 24 de octubre- el vicepresidente Diego Turnes.

Suena conocido, ¿no?. El River que toda su vida valoró la gloria, los títulos, la formación de jugadores y la repatriación de estrellas hoy se celebra a sí mismo por su convocatoria, e incluso por el rating televisivo cada vez que supera a Boca en las transmisiones –cualquier semejanza con lo que ocurrió con Racing en época de sequía no es coincidencia; es necesidad–.

Cuatro: hechos.

Las plataformas de campaña política suelen expresar las palabras que los oídos quieren escuchar. Passarella llegó al club con la promesa de recuperar la gloria, el prestigio y el estilo histórico. Y lo buscó, sostuvo, cuando contrató a Ángel Cappa. Después apostó por Juan José López, de sistema conservador, e improvisó con Matías Almeyda en el ascenso. ¿Cuál es el estilo del técnico actual? Indescifrable. Es el que mayoritariamente apostó por un dibujo sin enlace en su primer semestre, que después varió para incluir a David Trezeguet, que volvió a tocar para arrancar la temporada en Primera con un enganche definido, que modificó para recuperar el 4-4-2, y que ahora recuperó a los tres atacantes. Es el que pidió que se quedara Manuel Lanzini para poder jugar, por fin, con enlace definido, y el que dijo, hace pocas horas: “El día que River quiera lograr el fútbol que se merece, deberá tener un enganche, y ese jugador es D’Alessandro” Mientras tanto, lo que merece River parece ser esto: octavo puesto en el torneo Inicial, cinco victorias, cuatro derrotas y siete empates; diez puntos de diferencia con los punteros y apenas cinco de ventaja sobre Quilmes, que hoy está en zona de descenso; no ganó clásicos (empates con San Lorenzo y Boca, caída con Racing); no superó a ninguno de los equipos que pelean por el título (perdió con Belgrano, Racing y Vélez, igualó con Boca y Newell’s).

La historia del Club Atlético River Plate es la historia del equipo de fútbol más grande de la Argentina; con 18 millones de hinchas, 81 mil socios, una treintena de campeonatos locales de la AFA y cinco copas internacionales.

La foto, la oficial, ni siquiera da cuenta de los últimos tres títulos de la institución (son 33). Eso también es el River de hoy. Tal vez sea hora de volver a creerse enorme.

Nota publicada en El Gráfico Diario, suplemento del diario Tiempo Argentino, el 23 de noviembre de 2012.